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Más guapas cuanto más hemos bebido...

Aunque el efecto gafas de cerveza, la relación proporcional que existe entre el consumo de alcohol y el incremento de la belleza de las personas que nos rodean, es conocido por todo el mundo que haya salido a ligar alguna vez, científicos de la Universidad de Manchester han establecido que la ecuación que regula este proceso también está compuesta de otros factores y no sólo el número de unidades de alcohol ingeridas.

Todo cuenta, desde el nivel de humo en la sala — de 0 (aire limpio) a 10 (llena de humo) — a la luminosidad en torno a la persona en el punto de mira — medida en candelas por metro cuadrado, de 1 en oscuridad total a 150 en condiciones de luz normales — pasando por la distancia al posible compañero de esquina, sillón o cama.

Yo he sufrido este efecto en alguna ocasión, sobre todo cuando me dejaba de vez en cuando el listón en casa, y francamente, la fórmula funciona.

Según mi experiencia y mis cálculos, un individuo tendría que beber 86 cañas para que Leticia Sabater se transformara en Laura Ocaña ante sus ojos por arte de magia. En una habitación apenas iluminada con una bombilla de 20 vatios. Y con el nivel de humo de 50 personas fumando dos cajetillas de Ducados.

Eso sí, a la mañana siguiente, pies para que os quiero. En fin, esta noche, os digo lo que decía el sargento de Canción Triste de Hill Street: tengan cuidado ahí fuera. 

 

Ya lo decía el refrán: no hay chicas feas sino copas de menos...

  

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